Nada más atracar en Madang, lo primero que ves desde el barco son los árboles completamente repletos de enormes murciélagos, posados en ellos o revoloteando por el cielo de la ciudad y emitiendo chillidos. Hemos intentado preguntar a varias personas el porqué de que estos animales estén solamente en esta ciudad pero nadie nos supo dar una respuesta.
Madang es la joya del escaso turismo que viene a Papua Nueva Guinea. La ciudad esta muy limpia y llena de jardines con césped y bastante bien cuidados; de hecho a cualquiera que arroje basura al suelo le pueden imponer una multa de 20 kinas (unos 6 euros). Nos ha sorprendido ver a los papúos cortando el césped a machete y con una habilidad increíble.
Nos alojamos en la Lutheran guesthouse y nos dedicamos a pasear un poco en la ciudad. Yo sabía por Maika y Vanessa, dos catalanas con las que compartí viaje durante un par de días en Ray Leh (Tailandia) que una amiga de ellas estaba viviendo en Madang. Gabriel nos había dado el teléfono de Marlene, una voluntaria holandesa, así que nos pusimos en contacto con ella y al final nos condujo hasta la casa de Anna y Albert.
En su casa conocimos a algunos otros de los extranjeros que están trabajando en Madang: a Giuseppe, italiano, a Pascal, francés, a Marlene y Yolanda, holandesas, a Ona, australiana..
Esos días nos dedicamos a recorrer un poco las islas de los alrededores que son auténticos paraísos para hacer snorkelling o submarinismo. Al contrario que en Indonesia, Tailandia o Filipinas, las tácticas de pesca en PNG no han sido tan agresivas y los corales están bastante intactos. El segundo día, por ejemplo fuimos a la isla de Siar que es un pequeño islote a 10 minutos en barco de Madang y la rodeamos con las gafas y el tubo que nos habían prestado Anna y Albert... ¡que corales!, !que corales!, de todos los colores y formas; cuando te bajabas 3 ó 4 metros y te quedabas durante unos segundos enfrente de ellos era como para morirse.
Ellos nos pusieron en contacto con Jan, un americano que lleva viviendo en PNG cerca de tres décadas y que se va todos los sábados a hacer submarinismo con su pequeña lancha. Nuria aprovechó para hacer una inmersión con él pero yo, que sigo sin meterme en este mundo del submarinismo, me quedé en la superficie haciendo snorkelling.
Anna y Albert, con los que no paramos la pata, nos acercaron a un lugar que llaman “el agujero del mundo” a unos 40 kilómetros al norte de Madang, en donde se puede pasar de una piscina natural interior hacia el mar a través de un pasadizo submarino de unos cuantos metros. El paisaje durante el camino es espectacular, miles de cocoteros al lado de la carretera y el mar de fondo.
El último día nos fuimos con ellos y todos sus amigos de barbacoa a la isla de Krangket, otra islita a escasos kilómetros en bote de Madang. Allí había una pequeña parrillita y nos pusimos las botas a comer hamburguesas y salchichas y a darnos un refrescante bañito de vez cuando en la playa de agua de color turquesa.
Por las noches nos íbamos a cenar a algún restaurante o nos quedábamos en casa hablando y cenando en un ambiente realmente agradable. La verdad que he de decir que la acogida que nos hicieron Anna y Albert, fue como sentirse de nuevo en casa. Hasta un pequeño detalle como los cafés matinales (con una cafetera de verdad) era algo que a mi me sabia a gloria. Para alguien que lleva más de diez meses viajando, que te hagan sentir así es algo que no se puede agradecer con palabras pero aún así... ¡muchísimas gracias de todo corazón!.