9 oct 2008

La máxima entropía

Llegué a la frontera de Burimari entre la India y Bangladesh. Nada tiene que ver este casi familiar puesto fronterizo con otros que he atravesado. En el lado Bangla casi no había policías, no hubo tampoco registros en mi equipaje ni preguntas capciosas. Tras buscar y encontrar una guagua nocturna que me llevara a Dhaka me quedé dando una vueltita por el pueblo y me senté a comer algo. Aquí, como en Pakistán, se come con las manos.
Dakha es una ciudad tremenda, 15 millones de habitantes y un crecimiento vertiginoso en los últimos 20 años que le han llevado a ser, por lo menos para mi, el sitio más caótico del planeta. El tráfico es de locos: solo hace falta decir que 600.000 rickshaws recorren sus calles. Cada vez que vas en uno de ellos, vas sintiendo el golpecito que le da al de delante y el correspondiente del que viene por detrás. Los policías, para tratar de ordenar un poco la cosa, llevan unos palos con los que pegan golpes a los rickshaws (no a los conductores claro) para amonestarlos cuando hacen algo incorrecto. También hay miles de arcaicos autobuses en los que siempre hay alguien asomado a la puerta y dando voces para avisar de su paso. Al final, entre tanto caos, ruido y polución, acaban muchas veces echándose broncas entre ellos.
He hecho un poco de tiempo en Dakha porque aquí se va a unir a mi viaje Cristina, amiga y compañera de ruta de mis añorados trotamúsicos (Juanito y Ricky con los que estuve de ruta por Asia Central) . Ella más o menos sigue el mismo rumbo que yo. Me gustaría llegar, si es posible, hasta Papua Nueva Guinea.
Una de los paseos más interesantes por la capital es hacia la ciudad vieja; de paso te puedes acercar al río para ver el bullicio de la capital. La calle que transcurre paralela al Burimari tiene una vida impresionante: mercados abarrotadísimos de gente, los botes cruzando de un lado a otro. Aquí me encontré con cuatro estudiantes que me invitaron a comer en su casa. Hace más o menos dos años que se habían reconvertido del hinduismo al cristianismo y tenían algunos crucifijos por la casa. Con ellos también me fui al día siguiente a dar una vuelta a los suburbios de la capital, al otro lado del río. Estuve en algunas de las casas de sus familias, gente muy pobre pero que siempre te ofrecen todo lo que tienen.
También pasé mucho tiempo con Panna, un hiperactivo bangladeshi que se ha tenido que desplazar desde su ciudad a Dhaka para buscarse la vida traduciendo documentos. Su casa es un piso compartido con 10 ó 12 personas más lo cual parece que es bastante habitual en la ciudad. La hospitalidad de la gente aquí es algo sorprendente, aún si cabe mucho más que en Pakistán o en Irán. Simplemente increíble.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es increíble, nunca me canso de leerte. Bueno, tan increíble no es, ya que lo que nos cuenta está tan bien contado que, aunque me repita, tengo que decirlo: dan ganas de más y más,... Es un disfrute, ufff...esto parece una declaración ...pues, eah..soy de tu club.

Sigue disfrutando y haznos disfrutar. Los sitios desconocidos me daban miedo, pero ahora tengo un concepto de estos muy distinto, aunque, claro, ahora ya no me son desconocidos, jejeje.

Saluditos,
Besotes.
Lola.

Dailos Medina dijo...

Hola Gus,

¡¡Feliz séptimo mes!! desde ahora, como para mi, empieza la cuenta atrás.
Disfruta de cada momento. Desde la distancia te mandamos mucha fuerza para continuar el camino.

Un abrazo fuerte Lucas!!!!